diumenge, 1 de març del 2015

BILBO

Aunque pueda parecer raro, dada su cercanía, nunca había estado. Así que aprovechando los días libres que me guardaba y los buenos informes recibidos de varias personas decidí ir para allá.
Tras instalarme en el hotel (un hotelazo) fui a dar una vuelta por la ciudad y lo primero que me llamó la atención es que no es ni mucho menos tan grande como pensaba. Es más bien pequeña. Lo realmente grande es el llamado Gran Bilbao que incluye poblaciones cercanas y junto a la ria como Sestao, Baracaldo, Portugalete, Las Arenas, etc.

El primer día y por indicación de la chica de la recepción del hotel, visité el Museo de Bellas Artes (no sabía ni que existía). Grata sorpresa y con suerte, pues a lo expuesto habitualmente (Románico Catalán, El Greco, Murillo, Zurbarán, Goya, Sorolla, etc.) había una exposición temporal de arte hiperrealista realmente alucinante. Cuadros, la mayoría de las últimas décadas del siglo pasado, que como escuché a varios niños decir a sus padres, “esto es una foto, no un cuadro”. La verdad es que fue impactante.
En el centro de la ciudad se encuentran las calles comerciales por excelencia (la Gran Vía, Licenciado Poza, Colón de Larreátegui…) siempre, fuera miércoles o sábado, atestadas de gente a todas horas. Bien es cierto que eran épocas navideñas y esto hace salir más a la gente, cosa que por otra parte no entiendo.
Mi segundo día y a hora mañanera, de camino para el museo por excelencia de Bilbo, el Guggenheim, obra de Frank Gehry. Por fuera todos lo conocéis y hay opiniones para todos los gustos. Por dentro resulta impactante por su estructura y sus diseños. Ascensores, escaleras, etc. todo es diferente. Pero indudablemente donde radica su fama es en lo que hay colgado en sus paredes. Menudos cracks. Obras de, por ejemplo, Picasso, Mondrian, Robert Delaunay, Kandinsky, Miró, Klee, Warhol, Lichtenstein, Pollock y hasta una obra (París desde la ventana) de mi pintor preferido: Marc Chagall. Y como curiosidad en una de sus terrazas, por cierto con bonitas vistas sobre la ria, un árbol que ponía el letrero era obra de una tal Yoko Ono.

Pero indudablemente Bilbo es más que arte. Paseando tranquilamente junto a la ria y tras ver en la otra orilla el bonito Ayuntamiento, llegamos al puente del Arenal. Al cruzarlo vemos el teatro Arriaga y si vas por la derecha vas a la Ribera y a Atxuri que es la estación de donde salen los trenes para Donosti, y si sigues recto llegas al Casco Viejo. A las Siete Calles como se les conoce. En realidad son más de siete y es indudablemente la zona de marcha. Hay nombres de calles como Correo (¡que pena!), Pelota, Perro o Lotería todas ellas llenas de tabernas y de gente a todas horas. Los fines de semana a la noche, difícil de acceder a la barra. Justo allí se encuentra la Plaza Nueva (porticada, de estilo neoclásico) centro neurálgico del Casco Viejo, repleta de bares y restaurantes donde tomar sus excelentes pintxos, acompañados con cerveza o el tradicional txacolí. Eso sí a precios de Bilbo. No sólo en el tapeo, se nota en todo que el poder adquisitivo de por aquí es muy superior al de otros lugares.
Y para variar, las excursiones de rigor. La primera de ellas me llevó a Donosti. En un trayecto en tren que , a pesar de la cercanía, dura más de dos horas y media. De Donosti me ocuparé en otro escrito.
Al día siguiente y cogiendo el metro (alerta en la dirección porque se divide) me desplacé a la localidad de Plentzia ya en pleno mar Cantábrico. Pueblo pequeñito con una zona antigua muy maja. Sus playas son visitadas por surfistas y también por practicantes de deportes vascos como las traineras. Con media mañana más que suficiente para la visita.

Y la última excursión que realicé en el mismo metro, me dejó en Arreeta. Margen derecha de la ria y donde se encuentra el famoso Puente de Vizcaya, patrimonio de la humanidad, y que según datos, ha transportado más de 600 millones de personas de un lado al otro de la ria. Lo atravesé en la barcaza suspendida por hierros desde arriba. Al otro lado llego a Portugalete y continuando un tranquilo paseo por la ria llegué a Santurtzi (Santurce) desde donde no volví por toda la orilla luciendo la pantorrilla, sino en metro que es más cómodo, porque me oprimía el corsé.
Para finalizar una cosa que me llamó tremendamente la atención fue la cantidad de carritos con niños y mujeres preñadas que vi. Si continúan con este alto índice de procreación, pronto no cabrán en Euskal-Herria. Serán bienvenidos aquí.
Agur

Fernando

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