Aunque pueda parecer raro, dada su cercanía, nunca había
estado. Así que aprovechando los días libres que me guardaba y los buenos
informes recibidos de varias personas decidí ir para allá.
Tras instalarme en el hotel (un hotelazo) fui a dar una vuelta
por la ciudad y lo primero que me llamó la atención es que no es ni mucho menos
tan grande como pensaba. Es más bien pequeña. Lo realmente grande es el llamado
Gran Bilbao que incluye poblaciones cercanas y junto a la ria como Sestao,
Baracaldo, Portugalete, Las Arenas, etc.
El primer día y por indicación de la chica de la recepción
del hotel, visité el Museo de Bellas Artes (no sabía ni que existía). Grata
sorpresa y con suerte, pues a lo expuesto habitualmente (Románico Catalán, El
Greco, Murillo, Zurbarán, Goya, Sorolla, etc.) había una exposición temporal de
arte hiperrealista realmente alucinante. Cuadros, la mayoría de las últimas
décadas del siglo pasado, que como escuché a varios niños decir a sus padres,
“esto es una foto, no un cuadro”. La verdad es que fue impactante.
En el centro de la ciudad se encuentran las calles
comerciales por excelencia (la Gran Vía ,
Licenciado Poza, Colón de Larreátegui…) siempre, fuera miércoles o sábado,
atestadas de gente a todas horas. Bien es cierto que eran épocas navideñas y
esto hace salir más a la gente, cosa que por otra parte no entiendo.
Mi segundo día y a hora mañanera, de camino para el museo
por excelencia de Bilbo, el Guggenheim, obra de Frank Gehry. Por fuera todos lo
conocéis y hay opiniones para todos los gustos. Por dentro resulta impactante
por su estructura y sus diseños. Ascensores, escaleras, etc. todo es diferente.
Pero indudablemente donde radica su fama es en lo que hay colgado en sus
paredes. Menudos cracks. Obras de, por ejemplo, Picasso, Mondrian, Robert
Delaunay, Kandinsky, Miró, Klee, Warhol, Lichtenstein, Pollock y hasta una obra
(París desde la ventana) de mi pintor preferido: Marc Chagall. Y como
curiosidad en una de sus terrazas, por cierto con bonitas vistas sobre la ria,
un árbol que ponía el letrero era obra de una tal Yoko Ono.
Pero indudablemente Bilbo es más que arte. Paseando
tranquilamente junto a la ria y tras ver en la otra orilla el bonito
Ayuntamiento, llegamos al puente del Arenal. Al cruzarlo vemos el teatro
Arriaga y si vas por la derecha vas a la Ribera y a Atxuri que es la estación de donde
salen los trenes para Donosti, y si sigues recto llegas al Casco Viejo. A las
Siete Calles como se les conoce. En realidad son más de siete y es
indudablemente la zona de marcha. Hay nombres de calles como Correo (¡que
pena!), Pelota, Perro o Lotería todas ellas llenas de tabernas y de gente a
todas horas. Los fines de semana a la noche, difícil de acceder a la barra.
Justo allí se encuentra la Plaza Nueva
(porticada, de estilo neoclásico) centro neurálgico del Casco Viejo, repleta de
bares y restaurantes donde tomar sus excelentes pintxos, acompañados con
cerveza o el tradicional txacolí. Eso sí a precios de Bilbo. No sólo en el
tapeo, se nota en todo que el poder adquisitivo de por aquí es muy superior al
de otros lugares.
Y para variar, las excursiones de rigor. La primera de ellas
me llevó a Donosti. En un trayecto en tren que , a pesar de la cercanía, dura
más de dos horas y media. De Donosti me ocuparé en otro escrito.
Al día siguiente y cogiendo el metro (alerta en la dirección
porque se divide) me desplacé a la localidad de Plentzia ya en pleno mar
Cantábrico. Pueblo pequeñito con una zona antigua muy maja. Sus playas son
visitadas por surfistas y también por practicantes de deportes vascos como las
traineras. Con media mañana más que suficiente para la visita.
Y la última excursión que realicé en el mismo metro, me dejó
en Arreeta. Margen derecha de la ria y donde se encuentra el famoso Puente de
Vizcaya, patrimonio de la humanidad, y que según datos, ha transportado más de
600 millones de personas de un lado al otro de la ria. Lo atravesé en la
barcaza suspendida por hierros desde arriba. Al otro lado llego a Portugalete y
continuando un tranquilo paseo por la ria llegué a Santurtzi (Santurce) desde
donde no volví por toda la orilla luciendo la pantorrilla, sino en metro que es
más cómodo, porque me oprimía el corsé.
Para finalizar una cosa que me llamó tremendamente la
atención fue la cantidad de carritos con niños y mujeres preñadas que vi. Si
continúan con este alto índice de procreación, pronto no cabrán en Euskal-Herria.
Serán bienvenidos aquí.
Agur
Fernando
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